Cuando hablamos del sistema de publicaciones científicas, solemos imaginar un espacio cuidadosamente regulado, donde la calidad prevalece sobre la cantidad y cada artículo ha sido evaluado con rigor antes de incorporarse al cuerpo universal del conocimiento. Esa es, al menos, la imagen ideal: un proceso ordenado, metódico y ético en el que cada pieza aporta un ladrillo sólido a la construcción colectiva del saber. Sin embargo, la realidad contemporánea es mucho más compleja. Hoy, un sistema que debería funcionar como un filtro de excelencia se encuentra sometido a presiones económicas, políticas, institucionales y personales que han revelado fisuras profundas. Estas grietas no solo comprometen la integridad editorial, sino también la credibilidad misma de la ciencia.
1. La fractura del sistema editorial
La reciente caída editorial de una megarrevista, como Science of the Total Environment, capaz de publicar más de diez mil artículos al año, es solo la punta del iceberg. En 2024–2025, esta revista fue expulsada del índice de Clarivate (JCR) por prácticas editoriales cuestionables vinculadas a un crecimiento desproporcionado, revisiones de baja rigurosidad, influencia indebida de ciertos grupos de autores y sospechas de redes de citas y de autopromoción editorial. El caso se volvió emblemático porque demostró que incluso revistas de alto impacto pueden enfrentar crisis profundas.
Este fenómeno forma parte de un problema global alimentado por malas prácticas, decisiones éticamente cuestionables y una creciente mercantilización del conocimiento. La ciencia se sostiene sobre tres pilares fundamentales —rigor, transparencia y revisión crítica— y cuando uno de ellos se debilita, el sistema entero se tambalea.
En muchos casos, las editoriales académicas, especialmente las grandes multinacionales que dominan el mercado, han convertido la publicación científica en un negocio extraordinariamente lucrativo. Hoy observamos artículos pagados por miles de dólares, revistas que inflan su volumen de publicaciones sin mejorar los procesos de revisión, uso de revisores ficticios, manipulación de comités editoriales y una industria soterrada de papermills capaz de fabricar artículos falsos con metodologías inventadas, datos inexistentes y autorías compradas.
Esto no es especulación: Springer, Wiley, Elsevier y otras editoriales han retirado cientos o miles de artículos tras investigaciones que revelaron redes de fraude, manipulación editorial y colusión entre autores y revisores. Lo que parecía un problema aislado ahora es un desafío estructural.
Un caso paradigmático ocurrió en 2023, cuando Hindawi —propiedad de Wiley— retiró más de 4.000 artículos y suspendió 16 de sus revistas indexadas debido a redes organizadas de fraude, manipulación en la revisión por pares, uso de revisores falsos y papermills. El caso fue documentado públicamente por Nature: https://www.nature.com/articles/d41586-023-03974-8. Como consecuencia, varias de estas revistas perdieron temporal o permanentemente su indexación en Web of Science.
El fenómeno de las “megarrevistas” ha agravado la situación. Muchas de ellas ofrecen revisiones rápidas, tasas de aceptación elevadas y un alcance global, y funcionan, en la práctica, como máquinas de publicación. MDPI ha enfrentado múltiples cuestionamientos por ciclos de revisión extremadamente cortos, presiones editoriales para aceptar manuscritos y el exceso de special issues sin una supervisión metodológica adecuada. Revistas como Sustainability, Energies y Applied Sciences han sido pausadas o temporalmente retiradas de Scopus en distintos momentos por irregularidades métricas y criterios de calidad.
A ello se suma uno de los casos más notorios de fraude editorial moderno: la revista Tumor Biology (Springer). En 2017 fue expulsada del Journal Citation Reports tras descubrirse que cientos de artículos habían sido aprobados por revisores ficticios proporcionados por los propios autores.
El problema de fondo radica en el modelo de negocio. Las editoriales alquilan espacios y las revistas publican grandes cantidades de artículos porque cada publicación se traduce en ingresos. En ese contexto, revisar con rigor deja de ser rentable. Este deterioro ético tiene repercusiones severas: estudios débiles o falsos ingresan en revisiones sistemáticas, se citan en nuevas investigaciones y, en algunos casos, influyen en guías clínicas y políticas públicas. El ruido se mezcla con la evidencia, contaminando la calidad de la ciencia que consideramos confiable.
Todo esto ocurre en el marco de la mayor presión académica contemporánea: el imperativo de “publicar o perecer”.
2. Publicar o perecer
En muchas universidades, los ascensos, becas, plazas y reconocimientos dependen del número de publicaciones, no de su calidad, impacto ni integridad. Así, la publicación deja de ser un medio para comunicar conocimiento y se convierte en un fin en sí misma. Cuando el sistema premia la cantidad, inevitablemente abre espacio a prácticas dudosas. No sorprende el surgimiento de mercados paralelos donde se compran autorías, se contratan papermills y se gestionan revisiones “amigables”.
Uno de los elementos más preocupantes es la fragilidad estructural del sistema de revisión por pares. La mayoría de los científicos revisa artículos gratuitamente, sin incentivos ni tiempo, mientras que las editoriales generan millones de dólares a partir de esos mismos artículos. Esta asimetría crea un ecosistema en el que la evaluación crítica se vuelve superficial y, a veces, ilusoria.
Frente a ello, es legítimo preguntarse: ¿cómo puede sostenerse un sistema editorial robusto cuando los incentivos están invertidos? ¿Cómo puede funcionar la ciencia si la revisión —su mecanismo central de control de calidad— depende de la buena voluntad, mientras el negocio editorial monetiza cada página publicada?
Pese a todo, esta crisis está forzando una reflexión profunda. El sistema de publicaciones científicas no fue diseñado para soportar el volumen actual de producción, ni la presión institucional, ni el mercado multimillonario en el que se ha transformado. Esto también obliga a redefinir el rol del investigador: ¿somos productores de artículos o generadores de conocimiento? ¿Estamos escribiendo para mejorar la práctica clínica, para hacer avanzar la ciencia o simplemente para sobrevivir a un sistema que exige números?
3. Conclusiones
La caída de una megarrevista no es solo un escándalo editorial: es un síntoma. Es un espejo que revela un problema sistémico, profundo y urgente. Si aspiramos a construir un sistema más ético, transparente y verdaderamente útil para la sociedad, necesitamos exigir cambios reales: procesos de revisión más abiertos y responsables, criterios de evaluación centrados en la calidad y no en el volumen, mayor transparencia editorial, sanciones efectivas ante el fraude y una redefinición institucional del valor de publicar.
La ciencia merece algo mejor. Y la sociedad también. Este es el momento para reconstruir, con honestidad y evidencia, un sistema editorial que vuelva a estar al servicio del conocimiento y no del mercado.
Desde mi experiencia como investigador clínico, considero que este es un llamado de atención indispensable. Estaré atento a sus comentarios sobre esta problemática.

